miércoles, 30 de diciembre de 2009

Memorias III

Al salir de aquel bar de la desolación tropecé con la persiana que ya estaba medio cerrada. El portero, que siempre estaba allí incluso en los días más fríos, me echó una mano y me ayudó a salir. Luego me estuvo contando alguna que otra historia de porteros porque siempre tienen historias que contar. Una vez, me dijo, tuvo que echar al mismo tipo, un alemán bastante borracho que no sabía nada de francés, dos veces en una misma noche. La primera no la recordaba bien, puede que fuese porque no llevaba el calzado apropiado o cualquier otra excusa de porteros, y la segunda fue porque le llamó nazi siendo él judío. También me contó que hoy no había casi nadie en el bar porque era miércoles y jugaba la selección francesa, un partido de clasificación para el mundial contra Irlanda, así que estaban todos metidos en casa viendo la tele y esperando que llegase algún gol. En el bar solo está el camarero, el dueño y su novia, me susurró, pero te prometo que el viernes esto estará invadido de gente, no cabrá un alfiler. El viernes, sí, le dije, pero hoy es miércoles. El bar Corvinteto está nada más acabar esta calle a la izquierda, me indicó con un español casi aceptable. Cuando empecé a caminar noté que mi nariz empezó a sangrar de repente. Esto suele pasarme solamente si estoy demasiado cansado, si no he dormido suficiente, o si siento que algo va a pasar dentro de poco y la sangre, como una especie de sexto sentido, me advirtiese, me avisase y me recordase que hay que caminar con pies de plomo.

Que mi sangre es rápida como el mercurio lo he sabido toda mi vida. De pequeño bastaba con que alguien me diera un ligero golpe en la nariz para que me empezara a chorrear como sifón. Cuando veía toda esa cantidad de sangre esparcida sobre la pila del baño me ponía a reír, no sé muy bien por qué, pero me entraba la risa floja y eso hacía que sangrase todavía más, era como un círculo vicioso. Notaba como se deslizaba, resbalando gota a gota por mis labios y sentía su calor, su sabor casi salado, casi amargo, casi específico. Luego simplemente a través de la concentración conseguía detener la hemorragia, sin necesidad de echar la cabeza hacia atrás, mojarme la cabeza con agua fría o demás remedios caseros. Más bien se trata de contener los nervios, respirar pausadamente, mantener la calma a sangre fría. Mi sangre corre, se expande y huye por la primera fisura que encuentra en su camino como la fugitiva agua de los ríos. Creo que de aquí viene el origen de mi pasión por el escapismo. El arte de escapar. El verbo de la libertad. Huir por nada. Correr por todo. Porque como canta Bruce Springsteen, ‘Tramps like us, we were born to run.’



Memorias IV

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