miércoles, 27 de enero de 2010

Memorias IV


Hace poco tuve un sueño en el que estaba construyendo un barco, con mástiles infinitos, velas de tela que nunca se rompe, escotillas secretas y camarotes escondidos. La cuestión es que estaba buscando su tripulación. Nadie quería venir conmigo porque no íbamos a ninguna parte, pero yo les explicaba que en eso consistía un viaje de verdad, en naufragar y navegar. Llegaríamos a ciudades sin leyes, ciudades salvajes donde nada es lo que parece y las luces no iluminan lo suficiente. Dejarnos invadir por historias ajenas, relatos de otras mentes, para más tarde volver a casa y decir que todo sigue igual en el país de la Eternidad. Donde encuentro a la gente vacía, vacía de ideas, vacía de pensamientos, sin cambio ni evolución, igual que como las había dejado. Con miedo en los ojos, miedo a ser diferentes, porque, como cuenta Charles Bukowski en The Man with the Beautiful Eyes, la gente todavía sigue temiendo a lo desconocido.





Corvintetö no era un pub cualquiera. Era un no-lugar, un punto de encuentro para transeúntes donde se reunía gente de todas partes y las multitudes se fundían y congregaban en el éxtasis de la noche. Para poder entra tenías que subir dos pisos por una escalera semiderruida, relamerte las manos e intentar convencer al vigilante para que te dejase acceder. El vigilante era el típico hombre receloso que dice que no tiene amigos y te mira de arriba a abajo antes de darte el ticket de la consumición. Estuve hablando con él unos segundos hasta que conseguí despistarle. Luego, una vez dentro, podías conocer a todo tipo de personajes extraordinarios: budistas traficantes, cincuentones fracasados haciendo aerobic o ex presidiarios con máscaras de cuero. Fui directo a la barra a pedir un poco de Unicum, ya que ese era el motivo por el que había venido hasta aquí. Mientras esperaba a que me atendieran descubrí dos cosas: no llevaba dinero encima y alguien me había estado siguiendo desde que salí de casa.

Memorias V

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