Mientras Bob Dylan cumplía los setenta con ojeras pero con devoción y se desataba una guerra europea entre el norte y el sur encubierta con sucursales bancarias como balas, ciertos focos de caos y confusión comenzaban a formarse, seguidos de movimientos de rebeldía e inconformismo, niebla amarilla, luces de neón, noches encendidas y olor a revolución.
Atados de pies y manos a una condena que nos envenena, ¿quién dice que no merece la pena encendernos con una vida que nos quema?
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