lunes, 7 de febrero de 2011

Memorias XIV




Una promesa y el rock’n’roll


Llegamos a la terminal cinco minutos antes para asegurarnos de que podíamos viajar en clase turista. Al mostrar la baraja de pasaportes (tres franceses, uno alemán y otro español), el vendedor de los boletos nos echó una mirada de extrañeza como si no entendiese nada de lo que estaba pasando. Dos cigarrillos después y con cinco billetes en la mano, nos subimos al tren con destino a la capital. Tras tantos viajes en avión y colectivo, echaba de menos el mundo sobre los rieles y todo lo que éste conlleva. Pitidos estridentes, ventanillas empañadas de polvo, pasajeros en trance, el paso del tiempo marcado en el suelo y marcas de piedras en los cristales. Los que consumimos andenes como golosina tierna, sabemos que hay conjunciones dolorosas y leemos vidrios rotos de historias vivas y esperanzas muertas. La gomaespuma sobresalía del asiento, el frío entraba cada vez que se abrían las puertas del vagón y una parte del ventilador del techo temblaba cada vez que se agitaba el tren. El Tano estaba sentado en la parte de atrás del vagón tomando mate sin poder dormir y leyendo cualquier basura de las que solía leer. Nos fuimos a cenar al coche-comedor, donde nos quedamos jugando unos trucos y compartiendo una Quilmes con una pareja de músicos brasileños. En mitad de la madrugada se sentó a mi lado una mujer madura que venía de Las Flores. Me comentó que en realidad estaba huyendo por todo el país. Tenía ojeras, botas de cuero y un bote de pastillas. Su aliento apestaba a tabaco y su perfume era de colonia barata. No me acuerdo si era por cuestiones de amor o trabajo. La parte del ventilador que estaba colgando le cayó encima cuando la locomotora volvió a arrancar. (…) Después de trece horas de insomnio, chirridos de raíles y tembleques interminables, llegamos a la estación Constitución. La lluvia caía con fuerza sobre nuestras cabezas y nos apresuramos entre las multitudes para tomar el subte lo antes posible.

Gastamos toda la mañana en recoger las entradas del partido en el estadio Club Defensores de Belgrano que estaba en las afueras del extrarradio y volvimos en tren de cercanías a nuestra pequeña base de San Telmo. El amistoso hispano argentino no tendría lugar hasta dos días más tarde en el Monumental pero tuvimos que sacarlas con antelación para evitar conglomeraciones. Cuando regresé al hostal y descendí al boliche 24h mi hermano ya me estaba esperando con una cerveza. Había llegado hacía unas horas desde Brasil y le había dado tiempo a familiarizarse con el ambiente. En la barra estaba el de siempre. El papanamericano, uno de los mozos que servía tanto de relaciones públicas vendiendo entradas o de camarero o de dj. Los dueños del hostel querían echarle debido a que estaba un poco cansino poniendo su tracklist de pachanga a todas horas. Otros personajes constantes cerca del billar eran el austríaco Fritl y una gordita brasileña que iniciaron una relación de amor. Esa noche cuando salimos a recorrer las calles bonaerenses, nos topamos con un grupo de integrantes del JP (Juventud Peronista) que nos invitaron a una fiesta peronista en una casa okupa y nos fuimos con ellos en colectivo. Durante el trayecto, una revolucionaria de las de verdad nos estuvo comiendo la oreja un rato sobre sus planes y aspiraciones - todo empezó en 1810… - y luego la líe porque dije que Evita era prostituta pero sólo porque me lo había dicho un amigo y en realidad era la segunda o tercera mujer de Perón, la gallega, la que había estado trabajado en los burdeles antes de casarse. El caso es que algunos se volvieron un poco fanáticos y nos lo reprocharon, pero aún así pudimos disfrutar de unos tragos de Fernet dentro de la casa y acabamos perdidos en mitad de la noche, deambulando hacia cualquier lugar sin ningún peso, ni centavo, ni ninguna expectativa de volver al hostal de ninguna otra forma que no fuese caminando.

Todavía borrachos o de resaca, mi hermano, mi primo alemán y yo nos levantamos y notamos que no quedaba nadie en la habitación. La tropa francesa estaba por el Microcentro, así que desayunamos algo en la panadería y fuimos a curiosear un poco por el rastro dominguero. Infinitas calles de libros viejos, tomates mágicos, música tanguera, ceniceros de madera, carricoches de miga de pan y soldaditos de lata. Cuando nos sobresaturamos de tanto puesto decidimos ir a visitar y hacer reverencia a la cancha del Boca, que había perdido el día anterior frente al San Lorenzo. El Tano, tifosi de corazón, había estado allí para presenciarlo. En un principio dudamos de que nos dejasen entrar en la Bombonera o al menos sin pagar. Pasamos decididos regateando a los periodistas, driblando la zona de vestuarios, los banquillos, los focos y finalmente saliendo al campo. Luego, para mayor sorpresa, nos percatamos de que sobre el césped estaba entrenando la campeona del mundo preparándose para el partido del día siguiente. Nos quedamos un rato mirando a la gente que había a nuestro alrededor en el anfiteatro. Los periodistas del CQC estaban entrevistando ni más ni menos que al pibe Valderramas. En ese instante comprendimos que debíamos hacernos una foto y quedar retratados junto al mejor futbolista de la historia colombiana, uno de los más grandes de Sudamérica, aquel del pelo afro o el de la tocada de huevos a Michel. El carisma iba impregnado en su mirada perdida. No fue un gesto, ni una mueca, ni un gruñido lo que hizo. Quizás no se inmutó siquiera. Puede que fuese simplemente un pensamiento. Las canas te salen en función de cuánto vives, no de los años que llevas existiendo. O, en palabras de Calamaro, estupefacientes, rock, fútbol y salas de ensayo. Bueno, al final creo que salió un gracias por debajo de su mostacho. Luego en un bar cerca de la calle Caminito estuvimos debatiendo si realmente era él o cualquier otro personaje que se le pareciese. Pero, ¿qué importaba si se trataba del verdadero Valderramas o de un maldito fake? Es decir, ¿qué iba a cambiar el hecho de corroborar con fuentes ilegítimas de Internet que aquel sujeto no era el auténtico veterano jugador de fútbol? Ese instante ya nos había marcado. Ya habíamos vivido un sartori. Las puertas del bar se abrieron de golpe y entró un vendedor ambulante disfrazado de súper mosquito que ofrecía muñecos de mosquitos. Más de lo mismo: Crea y te condenarán por ello.

Siete vidas tienen los gatos y una más nosotros, los hermanos

Ahora que se incendian las calles y nacen nuevos golpes de estado

Que Medio Oriente cambia de bando

Y las voces claman un nuevo orden

Ahora que el aire es poder y la revolución es popular

Que todo es lo que parece ser y nada es la única verdad

Ahora que Robin Hood es virtual y se esconde tras su misma red

Que los especuladores explotan la burbuja y naufragan los bancos

Ahora que los políticos más granujas se disfrazan de Tony Soprano

Que los tiempos pasados han mutado

Y el viento sopla desde otro lado

Ahora qué rodamos cuesta abajo

¿Quién aguanta este ritmo de trabajo?

Que nadie se suicida por amor ¿Quién no se muere por su religión?

Ahora que la violencia es extrema ¿Dónde está el resto de la crema?

¿De quién eran aquellos temas que sonaban en el televisor?

¿Quién es el que nunca se queja y el que siempre pierde la razón?

¿Acaso hay qué hacer sólo caso a esos que sólo hablan de progreso?

¿Quién dijo el Planeta de los Sueños?

¿En dónde podríamos estar mejor?

¿Qué es lo único que queda intacto como un grabado en el corazón?

Cuando tiramos del mantel por debajo de los cubiertos y los platos

Lo único que nos queda sobre la mesa es una promesa y el rock’n’roll.


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