sábado, 11 de diciembre de 2010

Músicos de Carretera: Carlos Gardel



Hasta hace unos días el único recuerdo argentino que podía traerme mi ventana sobre la rue de Gentilly era el paso de algún gorrión idéntico a los nuestros, tan alegre, despreocupado y haragán como los que se bañan en nuestras fuentes o bullen en el polvo de las plazas. Ahora unos amigos me han dejado una vitrola y unos discos de Gardel. Enseguida se comprende que a Gardel hay que escucharlo en la vitrola, con toda la distorsión, y la pérdida imaginables; su voz sale de ella como la conoció el pueblo que no podía escucharlo en persona, como salía de zaguanes y de salas en el año veinticuatro o veinticinco. (…) Es más atrás, en los patios a la hora del mate, en las noches de verano, en las radios a galena o con las primeras lamparitas, que él está en su verdad, cantando los tangos que lo resumen y lo fijan en las memorias.

Julio Cortázar

120 Aniversario del nacimiento de Carlos Gardel

El 24 de junio de 1935, dieciséis personas fallecieron en la colisión de dos aeroplanos que estaban a punto de despegar sobre la pista del aeropuerto de Medellín, Colombia. En el accidente se esfumaría también el sueño del tango: Carlos Gardel. A pesar de que el informe oficial sostiene que el incidente se debió al infortunio y a causas de distinta naturaleza, hay versiones que hablan de una supuesta rivalidad entre las dos empresas aéreas y entre los pilotos causantes del siniestro. La muerte suele clausurar las pasiones, pero no en el caso de Gardel que, aún muerto, sigue cultivando misterios al igual que lo hizo toda su vida.

Será por ese mito que constituyó su voz y su talento que hasta en los más ínfimos detalles de su vida aparece la duda, como en el lugar nacimiento y con anécdotas que se renuevan con el paso del tiempo. Charles Romuald Gardès nació el 11 de diciembre de 1880, en la ciudad de Toulouse, y a los tres años emigró con su madre, que nunca llegó a saber con exactitud quien era el padre, al Río de la Plata para escapar de la humillación y de la miseria. Sin embargo, hay quienes mantienen que nació en Tacuarembó, República Oriental de Uruguay. Desde pequeño demostró que su vocación era el canto, abandonó los estudios y empezó a actuar en cafetines suburbiales de Buenos Aires. En 1915 formó el dúo con el uruguayo José Razzano, recorriendo los dormidos pueblos de la provincia de Buenos Aires y grabó Mi Noche Triste, el primer tango canción. Fue a raíz de una apoteósica actuación en el teatro Esmeralda, cuando la importancia del cantor se acrecentó y dio al dúo Gardel-Razzano una fulminante celebridad. A finales de la década de 1920, la identificación de Gardel con el tango era ya un fenómeno de ámbito universal.

El tándem se mantuvo hasta 1925, año en el que Gardel partiría solo hacia Europa. Un buen día viajaría hasta Barcelona y París para ganar algún dinero y pagar sus deudas de juego. La voz, la estampa y la simpatía de Gardel arrollaban, especialmente entre las mujeres. Fueron muchas las que dejaron un rastro indeleble en la vida de Carlos Gardel, pero sin embargo ninguna fue capaz de encender la llama de una inflamada pasión. Fue esquivo a los enfrentamientos personales y fundamentalmente un hombre temeroso de su propia intimidad. Rehuyó siempre de toda obligación que no fuera la de su arte.

El ala del sombrero le ensombrece los ojos, la sonrisa es tierna y ancha y los ojos pequeños se rasgan con el asombro o la melancolía. El celuloide empobrece sus gestos, apenas deja traslucir su alma perfecta, dicen quienes lo conocieron. Pero cuando canta su cara se ilumina, todo, todo se ilumina.

Los caballos de carreras representaron en la vida de Gardel un asunto de peculiar interés, cuando en 1925 se empecinó en tener su propio caballo: Lunático. De hecho en la popular canción Por Una Cabeza (expresión usada en la jerga hípica rioplatense) hace referencia a los caballos y el fanatismo de las apuestas, vinculado también a las mujeres y a la vida.

En 1934, después de haberse paseado en olor de multitud por escenarios de Europa y Estados Unidos donde actuó en varias películas, Carlos Gardel inició una gira por toda Hispanoamérica provocando el delirio. Cuando se encontraba en la cúspide de su fama, el cantor murió en el intrigante accidente de aviación. Su historia es apasionante y revela un drama deshilvanado y poco probable, aunque inquietante. Se ha dicho que antes de marcharse a Europa era habitué de comités conservadores y compadrito en los bailongos. Hay pruebas de que recibió un balazo a la salida de un cabaret, pero no es cierto que haya estado en una cárcel de la Patagonia. Su carisma y su triunfo internacional ocultaron siempre todo el esfuerzo consciente con el que llevó su carrera y completó su personalidad artística. Gardel era natural. Todo le salía así porque tenía el don, era un privilegiado, un favorito de Dios. Todo le venía de arriba.

En el Buenos Aires de hoy, sólo la humedad y la nostalgia constituyen un hilo común con aquella otra de las décadas del 20 y del 30, que patentizaron la peripecia de Gardel. Ni la palabra, el honor, el amor o los escrúpulos son los mismos y hasta el machismo es una entidad de descarte. La bisagra es Gardel, que fue la bocina parlante de aquel porteño desesperado, confundido, aletargado y entre la arcilla del Río de la Plata, sumergido en la miseria ingente y abismado frente a un futuro incierto, con horizonte chato.

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