Tras la huella del Danubio
El sol se oculta detrás de los frondosos bosques rumanos, el tren silba, los raíles chirrían y nosotros dejamos algo más que nuestra estancia en Belgrado.
Cada regreso es una armónica melancólica, cada vuelta a casa es una nube de nostalgia. La imagen de la capital serbia al cerrar los ojos. Al acabar un viaje siempre se empieza uno en la antesala del subconsciente.
Cualquier partida conlleva dejar algo atrás, en el camino, ya que toda huida implica un abandono. Pongamos a alguien que está sentado a los pies de la carretera, viendo los coches pasar bajo una gran nube negra de tormenta. Resignado y desamparado, espera que pase algo. Deja que las primeras gotas de lluvia le limpien las lágrimas de su cara. Luego se protege con un periódico amarillento, cubriéndose la cabeza. Un día salió, bajo los efectos del viaje, creyendo que permanecer estático en un sitio le haría marchitar, que su piel se convertiría en escamas y su sudor se tornaría en sanguijuelas chupándole el tiempo hasta dejarle seco. Está cansado porque creyó que lo urgente y prioritario era correr y llegar a paraísos lejanos todavía por descubrir. Y ahora está igual de triste que un perro cojo. No hay nada más triste que un perro cojo persiguiéndote, caminando a duras penas con sus tres patitas. Con su mirada perdida, su cola hacia abajo y olfateando todo lo que tú no puedes oler. Le miras y sabes que no puedes hacer nada por él porque nunca va a estar como antes. Sólo esperas que no renuncie a su dignidad.
Escapar significa también, en cierto modo, olvidar. Olvidar esos recuerdos pasados, ya fuesen buenos o malos, que ahora se diluyen como lágrimas en la lluvia. Pongamos ahora un lugar, una casa desatendida, llena de polvo, con una pecera vacía y una maceta sin planta. Con telarañas envejeciendo en el techo, con charcos de ceniza en el suelo y con todavía esperanzas puestas en un rescate. El cambio necesitaba un sacrificio, pero el que tenía que apostar no apareció. Y ahora la casa está igual de vacía que un desierto. Nadie volvería a marcharse de allí, nadie la protegería de nuevo.
Sabía que la había perdido pero ya no había vuelta atrás. Venía de una persecución loca sin sentido para finalmente no encontrarla. No la volvería a ver nunca más, eso lo tuve siempre claro, aunque no fuese a importar poco más tarde.
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