jueves, 1 de abril de 2010

Busca Ser Maldito IV



Hay un problema con los escritores. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía mucho, muchos ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía un número aceptable de ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito se publicaba y vendía poco, pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito nunca se publicaba y no tenía dinero suficiente para publicárselo él mismo, entonces pensaba que era, más que magnífico, genial.

Mujeres. Charles Bukowski.

PARTE IV

Todas las personas en este mundo merecen una oportunidad, al menos una, de intentar conseguir lo que se proponen. Él lo sabía y por ello padecía inconformismo crónico. Anotaba en su cuaderno todas los pequeños detalles que parecían sobreponerse a lo común, aquellas cosas que distinguían lo asombroso de lo ordinario.

Él no era como los demás porque los escritores no son gente corriente. No mentía, no escuchaba, no callaba, no dormía, pero podía ser tan sugerente como explícito. Todos los jueves por la noche seguía el mismo ritual cuando dejaba su presencia en un modesto café alsaciano, llamado l’Artichaud, escuchando música jazz casi de madrugada. Se sentaba en una silla alejado del cúmulo de gente, fuera del alcance de cualquier estorbo que le impidiese relajarse y disfrutar del momento. En su mano, una libreta y un bolígrafo. Comenzaba el recital: Las notas libres, desafiantes y afiladas del piano destacaban entre los acordes semidormidos del contrabajo. La batería encuadraba el ritmo que servía de nexo para todos. Luego entraba el sonido metálico del saxo, oxidando los demás instrumentos. Entonces él abría su mente, dejaba entrar todo lo que pudiese absorber y llegaba de inmediato a un estado de paz interior en el que era capaz de flotar por ese ambiente atropellado, lleno de cabezas pensantes preocupadas en cosas que hacer, siempre por encima del ruido de las desgracias, culminando más tarde en el éxtasis de una fusión astro-musical y convenciéndose de que ya no existía nada más en esa sala.

Y era todo aquello, las cosas que escribía en su cuaderno, lo que le hacía viajar sin necesidad de tomar ningún avión y lo que le hacía sentirse más vivo que cuando había nacido.

Guiños forzados, gestos sin sentido, llantos equivocados, gritos indecisos que dejan sin respiro.

Estamos cerca de medianoche pero podemos estar aquí todo el tiempo que queramos. Sin perder nada, sin estar ausentes, tan sólo disfrutando de los pasajes místicos de la noche. La canción preside el brillo de una luna radiante, como aquella última vez que me dijiste que es demasiado peligroso que nos volvamos a ver. Pero ahora estamos de nuevo cerca y nada es como entonces.

¿No lo oyes? Está llegando. Con más fuerza. Como si fuesen martillos cayendo desde un tercer piso, abriendo grietas en lo más profundo de lo subterráneo para dejar entrever las entrañas de la tierra. Entonces las arañas salen de su madriguera y las notas vuelven a llover como gotas de agua intermitentes e irregulares, rompiendo sinfonías melódicas. Con más pasión, como una apisonadora. ¿No lo oyes? Ya está aquí, está llegando.

Pero estamos cerca de medianoche y ya nada es igual, todo ha cambiado desde aquella última vez. La campana de la libertad se ha quedado muda. Los grillos se disuelven antes de empezar. Crece la destrucción bajo tus pies y su salvación no llegará después. También te podría contar los motivos de mi viaje o sus consecuencias, pero esa mirada asustada no te dejaría indiferente. Ya no hay necesidad de escepticismo para decidirse, ni ceñirse al tiempo con una receta de segundos, como si fuesen analgésicos. No merece la pena alejarse de uno mismo si el telón se viene abajo.


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